En los últimos años, se ha evidenciado un cambio significativo en la forma en que las nuevas generaciones conciben el amor y las relaciones interpersonales. A diferencia de generaciones anteriores, que solían idealizar el amor romántico con tintes pasionales y dependientes, los jóvenes actuales parecen apostar por vínculos más libres, emocionales y centrados en la amistad.
La cultura contemporánea, marcada por el acceso a la información, la diversidad de discursos en redes sociales y un creciente enfoque en la salud mental, ha propiciado una transformación en las prioridades afectivas. Para muchos jóvenes, el amor ya no se define exclusivamente por la intensidad del deseo sexual, sino por la calidad de la conexión emocional, la compatibilidad de valores y el respeto mutuo. La amistad, en este contexto, se convierte en el pilar de muchas relaciones amorosas, funcionando como un espacio seguro donde no existen las presiones tradicionales del romance.
Este fenómeno también se ve influido por la creciente visibilidad de modelos no convencionales de relación, como el poliamor, las relaciones abiertas o incluso el rechazo voluntario de los vínculos sexoafectivos, conocido como asexualidad o aromanticismo. Estas formas de amar, lejos de ser marginales, están ganando terreno entre jóvenes que valoran la autenticidad, la comunicación abierta y la autonomía personal.

En este nuevo paradigma, el sexo no desaparece, pero deja de ser el centro o el objetivo principal de una relación. Para muchas personas jóvenes, compartir intereses, proyectos de vida y un sentido profundo de compañerismo resulta más valioso que mantener una actividad sexual constante.
Así, el amor para las nuevas generaciones se construye con otros códigos: menos idealización, más realismo emocional; menos necesidad de poseer, más deseo de compartir. En definitiva, una idea del amor donde el vínculo se nutre más desde la amistad que desde la pasión, con un enfoque más humano, consciente y libre.