Hay emprendimientos que nacen de una sola decisión: hacerse cargo de tu propio tiempo.
Así empezó Natalia Salomón Asín con Nata, su emprendimiento de galletas rellenas.
Primero se lanzó con un carrito de cupcakes; vendió un año y pausó para terminar la universidad. Al volver a Santa Cruz, volvió también el impulso: encendió el horno y eligió otra forma, más suya, más directa, creando las galletas rellenas.
Aunque estudió gastronomía, nos confesó que la repostería no era su fuerte. Aprendió probando hasta encontrar la textura que hoy tienen, el punto de horneado crujiente y ese centro suave que invita a seguir comiendo.
Desde el inicio se prometió dos reglas que hoy sostienen la marca: ingredientes nobles y constancia. Mantequilla real y chocolate de calidad, sin atajos.

Bautizó su proyecto “Nata” por Natalia y todo comenzó con cuatro sabores que marcaron su sello: chispas de chocolate, triple chocolate, caramelo salado y un guiño a pie de limón, con el tiempo, adoptó un ritmo que la mantiene cerca de su comunidad: rotando el menú cada semana. Hay un favorito que regresa una y otra vez: el limón, a veces en solitario, a veces con mora; fresco, luminoso, sin empalagar.
Nos contó que aprendió a calcular bandejas, a leer la demanda, a aceptar que no todos los días son altos. Hubo jornadas en las que vendió todo en media hora y otras en las que el stock esperó hasta tarde. También estuvo la parte áspera del espacio público: parques, vecinos cansados, guardias.
Ese cansancio la frenó un tiempo; volver fue su acto más valiente. Volver con otra cabeza: hablar en redes (donde, para ella, ocurre casi todo), escuchar a su clientela y ajustar con datos pequeños pero reales.
Lo que la mueve no son métricas frías: son mensajes. Personas que compran, prueban y se toman un minuto para contar cuál fue su favorita o proponer una combinación. Ahí, en esa conversación.
Cuando mira a futuro, se ve con tienda y heladería frente a un parque. Ama a los animales, ama la vida al aire libre y sueña con un local que respire esa calma. Quiere lograrlo con sus propios pasos, avanzar a su ritmo, con las manos en la masa y la cabeza ordenada.
“Si tuviera que hablarle a la Natalia de hace tres años, sería breve: no pares”, afirmando que Lla pausa larga le pesó; hoy siente que reempieza con más claridad. También aprendió a cuidar la mente: dejar de compararse, dejar de mirar a los lados y sostener la mirada al frente. Ese enfoque, sumado a la calidad de base, es lo que convirtió a Nata en un hábito de sacar siempre sus galletas para que sus clientes se lleven una caja que llega y les mejore el día.
Para quien llegó buscando “galletas rellenas”, aquí está lo esencial que ella defiende sin discursos: borde firme, centro tierno; relleno que acompaña, no que tapa; aroma a mantequilla, cacao o cítrico de verdad. Todo lo demás es ruido. Nata hornea desde ahí, desde lo honesto y lo constante, y por eso sus cajas no son un capricho: son un pequeño recordatorio de que las cosas bien hechas se sienten justo en la primera mordida.




